Un trueno en el recuerdo

Un trueno en el recuerdo
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Sucedió hace cincuenta y cinco agostos. La deje sobre un papel hace diecisiete años. 

Vuelve a ser domingo, es el mes de agosto, como aquella vez ahora es el día de la niñez y en la pista del Gálvez gira el Trueno naranja.

Dicen que las casualidades no existen, que lo que existe es la complicidad de tus ángeles, empiezo a creer que es así y por eso una vez más comparto mi historia…

La historia que tengo para contar no se remite a la temprana edad, pero 5 años recién cumplidos no pueden hacerte pertenecer a otro grupo mas que a la primera infancia y esos eran los años que yo tenía aquel día del niño cuando con mi familia fuimos a festejarlo al autódromo de Bs. As.

Papá apasionado por el automovilismo, me había transmitido ese sentimiento, creo, desde la cuna.

Así que ese domingo de agosto era el mejor regalo que podían hacerme. 

Entre tantos festejos lo mejor era el sorteo entre todos los presentes de poder dar una vuelta al circuito, en los autos de los pilotos famosos de la época.

Mi ídolo indiscutido era Carlos Pairetti, que manejaba un fabuloso y veloz auto bautizado como el Trueno naranja.

No había dibujito animado, ni cuento de hadas que me cautivara tanto como esa dupla maravillosa.

La suerte quiso que entre miles de niños mi número fuera favorecido y entre todos los autos, a mí me tocó … el Trueno naranja. ¡No podría existir un regalo más grande!

Dejamos casi como olvidada a mi madre en la tribuna.

Con mi padre tomándome fuerte de la mano corrimos al encuentro del espectacular premio. Hicimos una larga cola y esperamos pacientemente, pero con muchísima emoción. Mi padre con la cámara de fotos preparada para registrar el gran momento sentía la gran satisfacción de ver la alegría de “su nena”.

Cuando por fin llegó mi turno, a pesar del paso del tiempo aún recuerdo la sensación maravillosa que me produjo verlo. Estaba ahí delante de mis ojos, como un bello caballo alado, mágico, resplandeciente. El Trueno de mis sueños infantiles con su color irradiando luz y en su interior, tomando el volante, con sus guantes negros, el gran piloto, el que para mi era casi un héroe protagonista de las más bellas aventuras.

Pero en un segundo el sueño pareció romperse en mil pedazos… sentados junto a él había dos chicos más. Me volví hacia atrás buscando a mi papi. ¡Yo quería ser la copiloto! Y un héroe solo admite una compañera de ruta.

En ese momento quien organizaba la seguridad de los chicos, con toda suavidad se dirigió a mi diciéndome, “Linda, no tengas miedo. Solo es un paseo despacito por la pista”. Ni siquiera imaginaba que esas palabras terminaban por destrozar mi sueño. Yo quería atravesar el viento a toda velocidad, a bordo de la maravillosa máquina, guiada por su indestructible capitán.

Dando media vuelta tomé la mano fuerte de mi padre y dije ¡vamos!

Con esa decisión también arruiné su sueño. Acababa de dar por tierra con el fabuloso momento de ver a su hija junto a quien también era su ídolo.

Sin embargo, creo, ahora a la distancia, que él junto a mi madre, comprendieron que lejos de ser un capricho, aquella, fue la primera expresión manifiesta de lo que venían sembrando desde el momento de mi nacimiento. Diversidad de pensamiento, amor a las sencillas cosas, libertad de expresión y elección y la firmeza de creer en un sueño y no traicionarlo.

Esta anécdota nos acompañó siempre y hoy que extraño tanto a mi padre porque ya no está, entre tantos recuerdos queridos junto a él, conservo en especial el haber compartido hasta sus últimos días esta gran pasión por el automovilismo y el ir juntos al autódromo a disfrutar como dos chicos, lo que nos hacía tan felices.

Miriam Rodriguez
Miriam Rodriguez

"Todos tenemos algún vidrio roto en el alma, que lastima y hace sangrar, aunque sea un poquito. Al escribir, siento que puedo sacar un poco de esos vidrios fuera de mí. Al ponerlos en un papel ya no me dañan” - Eduardo Galeano. Quizás esa sea la razón por la que me encanta escribir.

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