Un domingo diferente

Un domingo diferente
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Sabía que ese no iba a ser un domingo cualquiera. La noche anterior casi no había dormido. La ilusión que le generaba ese paseo no le había dejado pegar ojo. Con nueve años recién estrenados, era la primera vez que iba a salir él solo con su papá. Ni mamá, ni hermanos. Se sentía importante. Esta vez ser el mayor tenía premio. Apenas había amanecido y ya estaban preparados. Tomó a borbotones el tazón de leche caliente mientras el padre ponía en marcha el camión. Entonces corrió y antes que se trepara, la madre le acomodó ese suave y rebelde mechón de cabello lacio sobre la frente. Entonces sí, abrió la puerta, saltó sobre el asiento, se acomodó y la cerró. Su padre se inclinó, levantó una mano y a través de la ventanilla baja le dijo a la madre _ "No nos esperes. No sabemos a qué hora volvemos"_ y arrancó. Se dio cuenta, que en su cara se dibujaba una sonrisa. Esa mañana el habitual áspero ronquido del motor del camión sonaba tranquilo y casi melodioso. Entonces dijo_ "Papi, hoy no se ahogó". _ "Es que está contento. Hoy no trabaja. Sale de paseo" Y en esa respuesta, también vio que su padre había cambiado las marcas de cansancio en su cara, por pequeñas ráfagas de luz. Entonces pensó_ Mi papi hoy está feliz. No iban nada lejos así que en poco tiempo llegaron. Encontraron a su padrino y a varios conocidos más. Le pareció que hasta saludaban diferente. Nunca los había visto tan entusiasmados. No había dudas, de que ese domingo todos habían olvidado la pesada carga de la rutina en un rincón.

Al cruzar el pequeño monte, ya se podía sentir un clima diferente. Bajo la sombra de los árboles, algunos improvisaban sencillos desayunos, otros comenzaban a encender el fuego para el asadito del mediodía y la mayoría ya corría hasta la vera del camino, para tener los mejores lugares. Ahí, a pocos pasos se abría la ruta. A un lado y al otro había gente. La atmósfera era distinta, le parecía que la algarabía colectiva formaba arcoíris suspendidos en el aire y se percibían aromas especiales.

Es que eran tiempos de carreras en rutas con circuitos mixtos de tierra y asfalto. Y ese día, el universo parecía haber conspirado para que esto sucediera tan cerca de su casa y él pudiera estar ahí siendo parte de esa ceremonia, que comenzaba mucho antes de que las cupecitas pisaran el polvoriento camino.

El Turismo Carretera, se venía forjando a través de su espíritu federal, recorriendo muchos puntos del país y al tiempo la pasión de sus seguidores cobraba más y más fuerza.

Por entonces, la historia del TC ya había visto nacer el gran clásico, a partir de los duelos entablados por los hermanos Gálvez y Fangio en las carreras. Grandes amigos que en competencia se volvían rivales.

De repente estalló el aplauso y los gritos de euforia, las arengas para unos y otros sumados al ruido de los motores formaron un magistral e inigualable concierto.

Ya estaban ahí, veloces, casi mágicas. Sus ojos no daban crédito a lo que estaban viendo y en segundos su imaginación transformó esas máquinas en caballos, esos que había leído en Ben Hur. La multitud, como en aquellas cuadrigas del coliseo, deliraba de igual modo.

Era todo tan o más fascinante que en su historia favorita. Los colores no eran esos, pero alucinó con ver a quienes su padre y amigos alentaban, dominando a unos preciosos equinos de brillante pelaje negro y gritó animándolos junto a ellos. Sin embargo, en un segundo, se quedó sin habla. Lo que vio pasar como un rayo, fue un suspiro de extraordinaria belleza. Vestían con otros pigmentos, pero para él, eran los espléndidos corceles blancos. Era una máquina, pero ahí estaba, todo se volvió silencio, y el solo pudo escuchar el rugir de ese motor diferente al resto, líneas, fuerza, casi la perfección y la pericia de su conductor. Pulso, acierto, ingenio, gracia y soltura bajo esas antiparras y un mameluco cubierto del polvo del camino.

Cuando recobró el aliento, la belleza se había perdido en el horizonte, el bullicio seguía existiendo, pero él ya lo sabía. Nada ni nadie lo haría cambiar de idea.

Ese domingo de 1.948 fue el día que mi padre conoció a Juan Manuel Fangio y decidió, rompiendo todo mandato familiar, ser hincha de Chevrolet.

Un año más tarde, el mundo entero conocería de lo que era capaz el Chueco de Balcarce, al punto tal de convertirse en uno de los más grandes pilotos en la historia del automovilismo mundial.

Pero volviendo a los puntos suspensivos en que quedó mi historia, podría escribir, que, al regresar a casa, una vez sentados en el camión, antes de darle arranque mi abuelo miró a su niño, y vio en sus ojos luminosos brillitos con forma de moño, sonrió porque supo que no había vuelta atrás, no existía chance siquiera de intentar dibujar un ovalo. Le acomodó el suave y rebelde jopo sobre la frente y se pusieron en marcha.

Mucho tiempo después, yo no tenía nueve sino cuatro años, y no era la ruta sino un autódromo, cuando tuve el primero de los muchísimos domingos con mi padre disfrutando de nuestra pasión por el TC. Ni bien cruzamos el emblemático arco, yo supe que esa sensación me acompañaría siempre. Claro, yo no tuve que decidir nada, porque nací con el moño que mi papá me pintó en el corazón. Solo sé que ese día, seguramente también mis pequeños ojos brillaron de manera especial, porque mi papi, con mucha suavidad acariciándome la frente me peinó el flequillo. 

Miriam Rodriguez
Miriam Rodriguez

"Todos tenemos algún vidrio roto en el alma, que lastima y hace sangrar, aunque sea un poquito. Al escribir, siento que puedo sacar un poco de esos vidrios fuera de mí. Al ponerlos en un papel ya no me dañan” - Eduardo Galeano. Quizás esa sea la razón por la que me encanta escribir.

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