Sueñero

Lucas Bruno

Nov 2022

sueñero - lucas bruno
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La primera vez que vimos un tren de carga era de noche. Interrumpió el silencio con su ruido pesado e inocente. Nos sentamos a unos metros de la vía y lo vimos pasar. Y quisimos que no se detuviera. Cargaba en sus vagones la metáfora completa de la noche, de la vida que parece ágil, pero si uno se detiene a verla, a mirarla, es en realidad lenta. Diez, doce, quince vagones, cargados, repletos.

Discutimos su destino, si tiene acaso uno, imaginamos que no. Simplemente recorre pueblos y ciudades dejando el recuerdo, una estampa de la vida que va pasando. 

Recitamos un pasaje exacto de Bernárdez, recreamos y transportamos al tren a una montaña en la noche, silenciosa, expandida en la dudosa línea de un horizonte fácil de imaginar. Evocamos la imagen del tren con sus luces encendidas atravesando insomne la falda de una montaña.

Cuando terminó de pasar, cuando ya se alejaba de nosotros, el silencio fue recuperando su poderío perdido, su despótico, histérico poder sobre las sombras, sobre la música secreta de las estrellas, sobre el rocío que de a poco empapa la grama y le convida el aroma de la noche.

Es tan cierto, tan esquivo, tal vez, el sueño del que está despierto. Llega la duda, la pregunta del que sueña. Se hace presente el temor de que al abrir los ojos se esfumen los colores, de que al despertar no tengan ya tiempo los sueños para soñar.

Buscaremos un vagón para poner sobre él esos colores, para que una vez cargados sigan recorriendo pueblos y ciudades sin nombre, para que en alguna curva se derramen algunos y pinten otros lugares, quizás lejos, quizás después.

Nos pondremos de pie rápidamente, correremos tras el tren que rechina y bruxa sobre la tierra. Le daremos alcance, correremos sin cansancio para depositarle un anhelo, un sueño escondido que nadie conoce y ninguna persona oyó aún. Los durmientes servirán para ir firmes y no perder rumbo. El tren estará cerca, lo escucharemos fuerte, quejándose, alejándose sin quererlo, cargando la dulce carga de quien lo ha visto pasar alguna noche de desvelo. 

El furgón de cola estará a solo un zarpazo, estiraremos el brazo y podremos alcanzar las barandillas, que son nobles balaustradas, las que están justo al borde final, en los que uno se apoya y contempla. Lograremos subir, jadeantes, a la bestia inmensa. Veremos y comprenderemos que persigue a la noche, que no conoce el día y que no se detendrá jamás.

Treparemos a lo alto de algún vagón, veremos desde allí las rutas, las colinas, los lagos y los árboles. Veremos poco a poco cómo otros soñadores aguardan cerca de la vía la aparición del sueñero, del que persigue la noche, del que arrastra la carga onírica de los hombres dormidos, cómo algunos de ellos perseguirán como nosotros el último furgón, jadeantes también, llenos de mensajes, de ilusiones, de historias, ansiosos de saludar a la vida desde la falda de una montaña que define el horizonte de lugares sin nombre y que serán colonizados por quienes desparramen sus sueños allí.

Si una noche, en un país lejano, llegamos a comprender que hemos perdido el miedo, nos descolgaremos del gigante, nos quedaremos de pie, nos despediremos de él y veremos cómo aparece detrás, el amanecer, lento, muy lento. Y sabremos si en ciudades que habremos dejado atrás habrán florecido nuestros desvelos.

La luna será testigo y a ella, la solitaria, le preguntaremos sin temores ya si valió la pena la pena del sueñero. Y, alegres, escucharemos que nos dice que sí, que habremos perseguido con fruto al que carga la dulce carga. Nos dirá que los rieles quedarán firmados por la esperanza, que es la plateada signatura de la luna, que brilla y encandila amablemente, e invita a soñar, despiertos o no.

Y nos acercaremos a los rieles, los ojos casi pegados al hierro, y reflejarán infinitamente cada anhelo, cada instante que habremos puesto en los vagones.

El tren seguirá goteando desvelos. Despertará y convocará a quienes tengan un sueño y bufará en la oscuridad, en una indefinible lejanía. 

Un día, próximos a nuestra muerte, quizás, lo escucharemos pasar, lo oiremos un poco más allá de nuestra ventana, cerraremos los ojos y lo oiremos pasar. Y sonreiremos.

Lucas Bruno
Lucas Bruno

Nacido el 3 de julio de 1987, en Buenos Aires, autor de "Cuentos para leer Ayer, 2020" y "Se juntan en la plaza, 2022"

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