Un amor puro, nacido del brillo más profundo del universo. Un pequeño canto en  las nubes y el sol, en pocos minutos, decorará el paisaje y lo pintará de colores eternos.  Un amor, como el cielo y la tierra, en perfecta unión del horizonte infinito. Un sol, que, en vísperas de la luna, siempre entregará sus rayos de luz a sus amados corazones.  

Ella, una joven, feliz y enamorada. Él, un joven feliz y enamorado, en las miradas  profundas de su amada. 

—¿Has visto tú, en este día en el que el cielo nos regala su azul inmaculado, qué  es lo que ven mis ojos? —exclamó él, observando a su gran amor con detenimiento—.  ¿Sabes qué es lo que mi amor siente en estos instantes en los que tu cercanía se une a la  pureza de la magia del universo? Amor, amor y amor del corazón. Tú, vida mía, eres y  serás mi gran tesoro. 

La muchacha permaneció en silencio, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza  y comenzaba a esbozarse una pequeña sonrisa de dulzura que conquistaría eternamente  un camino de unión soñada por amor. 

—Eres tú, amor mío, la verdadera esencia de la inmensidad del océano que se  encuentra ante nosotros —dijo ella, suspirando levemente, mientras una pequeña brisa  cálida los envolvía con poesía de amor—. ¿Has visto, tú, con el poder de las rosas que  aquí nos acompaña, el roce tierno de nuestras manos? Hemos sido la conexión perfecta  entre el sol y las estrellas, porque la luz de nuestro amor es y será por siempre eterna. 

—Tú, cielo de mis sueños, eres y serás por siempre mi gran plegaria de amor. ¡Y  es aquí, en este rincón de nuestra presencia, que yo he recibido en mi alma, el tesoro más  grande de rosas: tu amor! 

El sol se enamoró del horizonte, obsequió susurros de atardecer y les entregó a las  olas del mar, la promesa cumplida de la divinidad de su eterno amor.

Agustina Chiera

Amor y rosas mágicas.