De donde da la vuelta el viento

De donde da la vuelta el viento
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* Fuimos 722 autores de 28 países los que participamos en el III Premio literario Sant Jordi en Instagram. El jurado destacó la alta calidad de los trabajos presentados. Lo que me impulsa a seguir escribiendo, porque como decía Eduardo Galeano, "Quien escribe, teje... 

Con hilos de la vida vamos diciendo, con hilos de tiempo, vamos viviendo".

Les comparto mi relato.

La casa está abierta.

La frescura de sus catorce años la impulsan a caminar por la galería que guarda silencio. Al sol ya parece no importarle iluminar filtrándose por el entramado de madera y todo se vuelve gris.

Sostiene el ramito de flores, que dejará sobre las manos cruzadas de quien ya duerme su sueño final.

Al entrar, lo miró. Es su vecino. Su amigo. El hermano mayor de su mejor amiga. Ella tenía seis y él diez cuando se conocieron, pero hasta hoy, nunca la había visto así, tan triste, con los puños apretados como estrujando el dolor.

_Es que los abuelos deberían ser eternos, piensa. Ella lo sabe muy bien, por eso una lágrima se desliza por su rostro aniñado.

Él, por primera vez siente el alma rota. Tiene que despedirse de su persona favorita.

Más tarde, será el tiempo quien le hará saber, que solo muere quien se olvida y la mujer, que vivió en esa casa y ese octubre emprendió el viaje sin equipaje, jamás se fue de su memoria y fue dueña de uno de los mejores espacios en su corazón.

Hasta aquí, todo parece ser el principio de un capítulo final, sin embargo, lo que hace es iniciar una línea infinita de puntos suspensivos. Esa misma línea que el viento sopla y en bucle me trae a este presente, en la que puedo ver esa casa que conserva su fachada, tal como entonces.

Y en la que, con fuerza, deseo, escondiera en alguno de sus rincones, un gran y antiguo arcón que pudiese abrir para dejar volar a decenas de colibríes que me envuelvan en recuerdos.

Pero solo quedan las historias que atesorò mi padre y una hoja de papel que revela datos y fecha de un vapor llegado al puerto de Buenos Aires.

Entonces, corriendo velos de misterio y preguntas sin respuestas entró, como dice una canción, en este bendito cuento que se repite…

Dicen que las nubes al pasar por Galicia se emocionan, es la manera romántica de justificar las lluvias que la caracterizan. Aunque en verdad, ya no son lo que solían ser. Pero por entonces, caían con furia, copiosas y abundantes dejando el paisaje verde y brillante y cubriendo los caminos de fango.

Una joven de veinte años, se saca las zocas, que cubren sus zapatillas de felpa.

Nunca les prestó tanta atención. Se asemejan a dos pequeños barcos pesqueros.

 Las limpia cuidadosamente y desprende de cada tarugo el barro que se aferra en la madera. Siente como parte suya cada terrón de tierra húmeda.

Quiere guardarse en los oídos el sonido que emiten cada vez que camina. Sabe que donde va, no las va a necesitar.

Se pregunta_ ¿de qué nogal o castaño, habrán salido?, ¿con qué dedicación las habrá tallado el artesano?

Antes nunca pensó en nada de eso. Esta vez es diferente. Las dejará como siempre en la entrada, pero mañana será otro y no ella quien las calce. Porque ya no estarà ahí para comenzar la faena.

Les dedica una última mirada a los animales que ya se echaron y dando una vuelta sube a descansar.

El otoño pisa fuerte. El frío se cuela entre las piedras, pero la energía que desprende el establo calienta los muros.

Esa noche, antes de dormir, cuenta cada pieza del tejado. Y luego sus sueños fueron acompasados por el ritmo de los golpes y palmadas, de las canciones que acompañaban el amasado del pan. Es que en verdad el corazón de esa mesa sonaba lo mismo que el de ella. Tal vez, seis lentejas y dos piedras y una pena germinada la hayan impulsado a emprender tamaña travesía. Y quizás a este lado del mundo, se encontraban esos ojos que habían sabido mirarla y los labios que alguna vez la nombraron.

Al amanecer, emprendió el camino y ya no volvió a mirar atrás. Si lo hacía, perdería las fuerzas que necesitaba para irse.

Dicen, que decir Vigo es decir amor. ¿Qué otro lugar entonces para definir el destino de esa jovencita? Allí se embarcó. Sus ojos pardos, intentaban impresionar con la humedad y el salitre del mar, pero la realidad era que no habían podido dejar de llorar desde que salió de su casa en Mos. 

Y así, se despidió con la mirada inundada.

El viaje fue largo. El océano era tan inmenso que a veces dudaba de que en algún lugar se encontrara la tierra. Pero esos temores se disipaban al distraerse escuchando la mezcla de idiomas que sonaban en la cubierta. Siempre había algún músico improvisado y las danzas típicas surgían espontáneamente. De este modo el tiempo se pasaba más rápido y espantaba los pensamientos y esa nostalgia que comenzaba a ahogarla.

Entre sus cosas, venían dos vasijas de barro, una con chorizos recubiertos en grasa para su conservación y la otra con retoños de plantas de su lugar. Esas raíces, al igual que las suyas, esperaban con ansias ser trasplantadas en un nuevo suelo para volver a nacer, pero sin dejar atrás su origen.

Finalmente, el Orellana hizo su atracada al puerto, el 17 de noviembre de 1.897.

¿Cuántas preguntas se haría mientras esperaba en la fila de migraciones y luego, con sus pies sobre los adoquines de esa ancha calle? Con gente moviéndose, al igual que ella con sus bártulos, otros ofreciendo vivienda en lo que llamaban conventillos. Unos cuantos recibiendo los abrazos de bienvenida que a ella le faltaron. Vehículos haciendo sonar sus bocinas. ¡Cuanto bullicio y confusión! Qué distinto a la quietud de su aldea! Otros colores. Otros acentos. Otros aromas. Todo tan diferente, como que aquí era primavera. 

Pero nada la detuvo. Aunque las piernas le temblaron y sus ojos seguían húmedos, avanzó con seguridad hacia su nueva vida.

Ser mujer, nunca fue sencillo. Pero serlo antes del 900, y lanzarse sin más a la tierra de las oportunidades, pinta ante mí el perfil de una guerrera. Audaz, intrépida, dueña de un arrojo poco común. Pero también, ese lienzo imaginario me muestra un fondo de injusticias, falta de oportunidades y desesperanza.

Y en este punto, vuelve la línea de los suspensivos. Me pierdo en un vacío de interrogantes y dudas. Así llegó a su nuevo y último lugar en el mundo que como si fuera mi mapa estelar, si, un mapa detallado del cielo marca mi pasado y mi presente porque une lazos y escribe mi historia.

Un triángulo imaginario que en cada uno de sus vértices tiene una casa. Una es la de ella, la segunda es la de su hijo y su familia y la última la de los nuevos vecinos.

En la de los nietos, Omar, al que ella y solo ella llama Marcio. Juntos construyeron un vínculo indestructible de cariño, respeto, admiración y orgullo mutuo que nada ni nadie romperá jamás. 

Con su ropa negra y el pañuelo en la cabeza, y una vara de madera en la que se apoyaba al caminar, un día llega hasta la de los vecinos. Había visto trabajar a la mujer y esa actitud era motivo de sobra para conocerla. Le regala plantas de su propio jardín, entre ellas unas espectaculares calas. Le habla de un pantano, y la mujer siempre creerà que le indica la manera de regarlas, con abundante agua jabonosa, para que crezcan en terreno encharcado. Es que los gallegos son orgullosos de su acento y no lo olvidan por más que lleven un siglo fuera, por eso es probable que le haya hablado de O Pantaño, su aldea, y que esos retoños verdes tuviesen origen en aquellos que llegaron dentro de una vasija.

En la casa había una niña que le pareció muy bonita y por la que sintió algo especial.

La nena se hizo amiga de sus nietos y la visitaba. Le llamaba la atención ese mini altar con su virgen y crucifijo que descansaban sobre una inmaculada carpeta blanca, con su encaje de bolillos. La abuela era mujer de mucha fe y poca iglesia, esto último culpa de los hombres de Dios de su pueblo y sus acciones tan lejanas a los buenos mandamientos.

Los ojos se le fueron gastando y se volvieron más claros, la piel casi transparente y las manos eran testigo de todo lo trabajado a lo largo de los años. La morriña la fue abrazando cada vez más fuerte, hasta que sesenta años después de que bajara del barco, la dejara dormida para siempre.

La niña de rulos, que ya había crecido, le dejó su delicado ramito de flores y una lágrima entre sus pétalos y afuera, alguien se quebró de dolor porque nunca más lo llamarían Marcio.

Han caído muchos calendarios y sus cientos de hojas se han perdido y en la casa de mis padres, de agosto a noviembre cada año, sin falta, crecen erguidas, etéreas y delicadas las blancas calas entre sus verdes y lustrosas hojas.

La abuela al igual que su Galicia, fue rural y mágica y quizás sintió lo que ya estaba escrito, que su Marcio y la niña que movilizò su corazón de manera tan especial terminarían juntos. Y que su amor viviría por siempre entre la tierra y el cielo. 

Ese cielo en el que creo que mi padre y su querida abuela estarán juntos, donde ella le habrá mostrado su hogar, allí donde da la vuelta el viento.

Hoy mi madre me ha dicho, _ ¿sabés? yo tuve tres abuelas, las dos mìas y la gallega.

Y entonces yo no pude más que comenzar a escribir.

Miriam Rodriguez
Miriam Rodriguez

"Todos tenemos algún vidrio roto en el alma, que lastima y hace sangrar, aunque sea un poquito. Al escribir, siento que puedo sacar un poco de esos vidrios fuera de mí. Al ponerlos en un papel ya no me dañan” - Eduardo Galeano. Quizás esa sea la razón por la que me encanta escribir.

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