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Cuando regresé la mirada ya no tenía la boca. Con la agitación en la nuca busqué mis labios resecos entre el cebo, sin caer en cuenta que se extendía su diámetro. Escuché otra voz en respuesta a mi nombre, resonando fuera, abandonando la embocadura, plegándose con fuerza a un bostezo. Me apresuré a soltar los hilos, temiendo que la sangre que quedaba no fuera suficiente. La herida no solo había mermado mi costado izquierdo, también se había llevado parte de mis encías. 

Una criatura que teme salir a la calle al descubierto, pensé, mientras dibujaba el relieve con un lápiz. Escuché una respuesta muy distinta a la bóveda de mis oídos. Las palabras eran tal cual yo las hubiera dicho, pero no era yo. O eso creía cuando sentí la boca moverse y sonreír. El nombre ulterior había tomado parte de mi rostro para hacerse ver, harta de secundar mis inseguridades, pero no le bastaba la lengua para dejar pasar a las visitas que yo no esperaba. Recordé entonces que debía callar y apretar de nuevo los hilos. Ellos no necesitaban saber que cada llamado traía a cita mi envés. 

* Imagen de Pexels. Propiedad de Maria Eduarda Loura Magalhães.

Verónica Abir
Verónica Abir

Solo lo intento cada día, como respirar.

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