Un avión que cayó en las montañas

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13 de octubre de 1972, cincuenta años atrás. Un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya que trasladaba 45 pasajeros –en su mayoría del equipo de rugby “Old Christians” que iba a jugar un amistoso a Chile-, se estrelló contra algún pico de la cordillera de Los Andes. Luego del terrible impacto y caída por la montaña, el avión se partió en dos y se detuvo en un glaciar a 3600 metros de altura. 

En un primer momento, sobrevivieron 33 personas con heridas de distinta gravedad, que se refugiaron en los restos del avión para resistir lo que vendría: temperaturas extremas de 40* bajo cero, tormentas de nieve y, en especial, la angustia sufrida por sus familiares y amigos fallecidos en el accidente.  Pocos días después, una terrible avalancha sepultó íntegramente al avión y se llevó a otros 8 de los sobrevivientes. La naturaleza no tenía piedad con ellos. 

72 días permanecieron allí. Elaboraron estrategias de supervivencia acondicionando el fuselaje y tapiando el extremo abierto con los asientos rotos y el equipaje para protegerse del frio. Implementaron un sistema para derretir el agua y volcarla en botellas. Sacaron los cadáveres al exterior. Racionaron el escaso alimento con que contaban: barras de chocolate, algo de maní, caramelos y mermelada. Sin dudas ya estarían en camino los equipos de rescate, era cuestión de esperar. En los mapas, la cordillera es un trazo angosto que divide  a la Argentina de Chile, no sería difícil que los hallaran. Se organizaron. Se sostuvieron anímicamente, rezaron. Lograron conectar un pequeño transistor de radio y, con cierta dificultad pudieron escuchar que, efectivamente, los estaban buscando. Pero los días transcurrían y el rescate no llegaba (el avión caído era blanco, y ello impidió que algunas aeronaves que sobrevolaron la zona alcanzaran a distinguirlo). Las condiciones extremas y la falta de víveres los obligó entonces a tomar una decisión tan dolorosa como imprescindible: comer para vivir. Alimentarse del cuerpo de sus amigos. ¿Hicieron lo correcto? Sólo podemos decir que hubo 16 personas que sobrevivieron gracias a aquella decisión. No sería la única que los salvaría. Días después del accidente y luego de innumerables misiones de rescate organizadas desde Uruguay, Argentina y Chile, se decidió dar por finalizada las tareas de búsqueda: por el tiempo transcurrido era imposible que alguien hubiera sobrevivido. Desde la misma radio que cada día los mantenía esperanzados, ellos escucharon la terrible noticia. El  destino estaba en sus propias manos y si permanecían allí, más tarde o más temprano, morirían. Ello motivó la segunda gran decisión: caminar hacia la vida.

Intentaron una primera excursión, sin éxito, hacia el este. No les quedó otra opción que enfrentarse a escalar la enorme montaña que se interponía hacia Chile. Organizar la excursión (de la que regresarían con ayuda o morirían en el intento), les llevó tiempo. El abrigo, los víveres, el calzado. Roberto Canessa y Fernando Parrado fueron los enviados. Llevaban tres pares de jeans  y tres suéters cada uno, una bolsa de dormir, las medias cubiertas por plástico y la convicción de que en ellos estaba la última posibilidad de que el resto pudiera regresar a casa.  Parrado le dijo a su amigo: “Prefiero caminar para encontrarme con mi muerte, a esperar que ella llegue a mí.”  Luego de diez días de escalar montañas y caminar en condiciones inhumanas, tuvieron su recompensa y se toparon con un arriero chileno que desde el otro lado de un río tormentoso no podía  escuchar lo que ellos gritaban. Parrado, entonces, escribió en un papel: “Vengo de un avión que cayó en las montañas, soy uruguayo Hace 10 días que estamos caminando. Tengo un amigo herido arriba. En el avión quedan 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí y no sabemos cómo. No tenemos comida. Estamos débiles. ¿Cuándo nos van a buscar arriba? Por favor, no podemos ni caminar. ¿Dónde estamos?…”, lo ató a una piedra y se lo arrojó. 

¿El resto? El resto es historia conocida: VIVEN.

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Gastón Yaryura
Gastón Yaryura

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