Roma (1972), la ciudad de las ilusiones

Roma (1972)
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Bien, me preguntan por qué un escritor americano quiere vivir en Roma. Primero porque me gustan los romanos. No les importa nada si estás vivo o muerto. Son neutrales, como los gatos. Roma es la ciudad de las ilusiones. No por casualidad aquí están el gobierno, la iglesia y el cine. Todos ellos producen ilusiones. Como hace usted, como hago yo. Nos estamos acercando al fin del mundo, se avecina porque hay demasiada gente (…) demasiados coches, veneno ¿Y qué mejor sitio que Roma, que ha renacido tantas veces? ¿Qué lugar podría ser tan apacible para esperar el fin por la polución y sobrepoblación? Es la ciudad ideal para ver si todo acaba o no.

¡Salud! ¡Por el final! [1]

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Roma es un gran montaje. Un desfile de carruajes de lo más variopintos. Un desfile de las masas. Una multitud de imágenes superpuestas, con capas y capas. Un caos bien conjugado que intenta vanamente capturar la esencia de lo que desborda por su multiplicidad. Los recorridos que inaugura esta pregunta por la ciudad y por el mito son desordenados, dispersos, que ponen en importancia la ausencia de un origen, sino la conjunción de muchos. De una parte hacia todas las partes; registros desde lo alto, desde el suelo, desde lo subterráneo. La aventura que implica la búsqueda de un origen no es más que el deseo de que haya uno. 

Las excavaciones en el Metro romano  son la metáfora, la excusa de esta búsqueda. Ni buscando la primera fundación de Roma encontraremos el origen primero, el fundamento primero. Nuestro deseo dispara hacia todas partes, hacia un sinfín de restos que se articulan, no coincidentes. La búsqueda se vuelve ociosa, comienza el juego; sigue el sueño. 

La pregunta por la esencia de aquella ciudad y su gente vacila; se vicia con el humo de las máquinas y el barullo de sus calles. Ya en el ocaso de este recorrido fútil e inconsistente, Ana cruza una mirada certera con el aventurero. El director, que juega con encontrar esta verdad, no es más que un sueño que lo conmueve este sinfín de imágenes de lo que, simplemente, llamó Roma.

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Al que sueña de día y de noche, y sueña sabiendo

Vana la ensoñación,

Mas sueña siempre, sólo para sentir que está viviendo

Y que tiene corazón. (Pessoa, 1989, p. 54) [2]

[1] Diálogo extraído de la película, dirigida por Federico Fellini, donde le preguntan a Gore Vidal por la ciudad de Roma.

[2] Pessoa, F. (1989). Poesía. Alianza. 

Patricio Coradini
Patricio Coradini

Estudiante de Psicología. Fotógrafo. En ocasiones, escribo ensayos. Me interesa la relación entre fotografía y poesía; en un sentido más amplio, entre la imagen y el texto. Leo poesía; a veces escribo versos y otros fragmentos.

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