¿Nunca pensaste en cómo se siente un pájaro al no poder desplegar sus alas para volar? Ese lugar al que el hombre lo llama "hogar" para el ave, él lo vive como una prisión. No es más que una jaula donde vivirá encerrado solo para el deleite de su ¿dueño?

Las almas nacieron para vivir libres, sea cuál sea su origen y nadie decide por otro sobre esa libertad que le fue otorgada al momento de nacer.

Pero existen encierros de los cuáles a veces se es consciente y a veces no. Jaulas de las que nos volvemos prisioneros y de las que no es fácil escapar, llamándolas de diferentes formas como depresión, violencia, celos o incluso estrés. 

Un soldado que volvió de la guerra cree que por fin se liberó de las aberraciones que debió vivir en combate. Pero descubre que en su mente sigue reviviéndolas una y otra vez sin poder librarse de aquél calvario. Entonces, el estrés post traumático, inevitablemente, se convirtió en su jaula.

Una persona que está en pareja puede sentir ese sentimiento de hormigueo en la piel, como un temblor que la recorre de pies a cabeza, una sensación desagradable que sólo persive en ciertas circunstancias. Los celos son una sensación horrible en la que la persona piensa que puede perder al otro. Imagina en su mente todo tipo de circunstancias dolorosas que la hacen sufrir sin razón, entonces, se encuentra enjaulada. 

A veces, creer que se ama por muchos años a alguien tarde o temprano, se convierte en una prisión, tener la incertidumbre de no saber qué hacer con eso que ya no se siente pero que uno sabe que está ahí. El hecho irremediable de darse cuenta de que no se siente lo mismo que al principio y el querer huir de esa situación.  Entonces, por miedo a herir al otro, se sigue adelante como se puede, encerrándose, con sentimientos vacíos, miradas apagadas y pensamientos oscuros. Hasta que una voz en el interior  dice que es tiempo de cambiar el rumbo. Que se debe saltar del bote y nadar hacia la orilla. Que es momento de encontrarse a uno mismo. Y la jaula se abre de par en par, otorgando así la libertad. 

La tristeza constante, relaciones de sometimiento (el "vos haces lo que te digo") o incluso un trabajo que no nos gusta... todo puede convertirse en un sentimiento de encierro, pero está en cada uno el querer poder salir de eso. 

Poco a poco, encontramos el norte, la brújula interna nos guía hacia la felicidad que el alma necesita y volvemos a ser esa persona que alguna vez fuimos. La libertad se vuelve tangible, la sonrisa se posa en los labios dormidos y la vida se torna luminosa, oyendo nuestra canción favorita una y otra vez, aunque no haya música en absoluto.

El corazón se convierte en el centro y late sin descanso, solo que más vivaz que antes. Somos libres al mirarnos al espejo y notar nuestra sonrisa y la mirada chispeante, somos libres al leer a nuestro autor favorito hasta tarde, al compartir el mate con amigos. Somos libres al querernos a nosotros mismos antes que al resto, buscar sanar el alma del modo que sea y entender que, a veces, es necesario decir "no". Decirle no a nuestros miedos, a nuestras inseguridades, a los mandatos familiares impuestos por generaciones; decirles no a las personas que no suman a nuestra vida y entender que el árbol genealógico también "se poda". 

Somos libres cuando podemos decir lo que nos pasa y no nos sentimos juzgados. Cuando transmitimos un mensaje de amor y de consciencia.

Una jaula puede tener formas o nombres diversos, sin embargo, siempre será una jaula a menos que decidamos abrir la puerta o que alguien nos ayude a abrirla (porque a veces, es necesario pedir ayuda para poder salir).

El pájaro nació para volar y no para estar encerrado, lo mismo ocurre con las almas, ellas nacieron para ser libres, como las notas musicales que se las lleva el viento. Sin jaulas, sin cadenas, sólo libres.

Camila Foresi

Escritora nacida en la primavera del 83' en Bahía Blanca. Transitando el profesorado de Lengua y Literatura en el Instituto Avanza. Autora de Margarita (2021) y trabajando en la próxima obra. Escribo porque me hace libre.