El perrero

357398663 1249487662377864 2955642857881310068 n
Compartir en

Desde el primer día en que me mudé a mi nuevo departamento percibí su ambiente extraño. Aquel lugar tenía un raro clima de sombría y quejumbrosa antigüedad, que me impulsaba a elegir por solo dos opciones: quedarme dentro de mi departamento todo el día, o permanecer la mayor cantidad de tiempo posible fuera de él. Decidí lo segundo, y fue así, cómo, en una de mis escapadas callejeras, conocí al personaje de esta historia.

 Una tarde, cuando salía del edificio, me topé con un señor entrado en años, desgarbado en su cabello, desalineado en sus ropas, cuya mirada emanaba odio y resentimiento a la vez. Al verlo, me aparté para dejarlo pasar, pero él también se detuvo. Como no quería pasar por mal vecino, amagué comenzar algún diálogo trivial, y en el momento en que me disponía a hablar, el viejo, mirando hacia la acera gritó:

- ¡A ver si se apuran porquerías! 

Pensando que estaba loco, retrocedí un paso y me dispuse a retirarme con disimulo, cuando frente a mí aparecieron cuatro pequeños perros, avanzando lentamente y con sus colas entre las patas, evidente expresión con la que estos animalitos suelen demostrar temor. El viejo les gritó de nuevo y uno de ellos se orinó, lo que motivó otra torpe y fuerte reprimenda. Seguí mi camino. Mientras me alejaba del edificio, aún escuchaba la voz del viejo, insultando y gritando a los pobres canes, hasta que sus gritos se perdieron opacados por los sonidos urbanos. Esa noche, al acostarme de nuevo recordé la triste escena de aquel viejo malo y sus pobres perros.

Varias noches después, desperté de madrugada por el llamado de la naturaleza, y cuando estaba a punto de meterme de nuevo en la cama, escuché unos aullidos de dolor, provenientes de uno de los pisos superiores, y casi en seguida, al viejo vociferando:

- ¡Cállense basuras y sufran como yo: en silencio!

Este nuevo escenario comenzó a repetirse noche de por medio, donde los aullidos de dolor de los perros se mezclaban con los gritos e insultos del viejo, situación, que además de siniestra, grotesca y cruel, era un impedimento para poder conciliar el sueño, y admito que más de una vez, al lograr dormirme, me asaltaban pesadillas donde continuaba escuchando los aullidos de dolor de aquellos animalitos.

Cansado de esa situación, una mañana decidí contarle al encargado del edificio lo que sucedía, para intentar que el vecino cruel cesara con esas prácticas de tortura perruna.

-No sé si se pueda hacer mucho en este caso-, me respondió el encargado. 

-Está bien, si usted no puede hacer nada indíqueme donde vive el dueño de este edificio y allí dirigiré mi queja-, le expresé.

-El dueño del edificio es él… el viejo de los perros… y le aconsejo que no le diga nada, pues se verá inmiscuido en un asunto, que, de seguro, va a desembocar en un problema para usted-, me advirtió el encargado con algún recelo.

 Desde aquel episodio, las noches se convirtieron en una macabra cotidianidad de sonidos tormentosos y aullidos de dolor, que hacían de mis horas de sueño un verdadero tormento. Así pasaron varias semanas, hasta que, ya cansado, decidí subir los dos pisos que me separaban de aquel departamento devenido en sala de torturas, para hablar con aquel malvado viejo, y expresarle mi total repudio por su cobarde y cruel accionar para con los pobres animalitos. A medida que subía, el lugar se transformaba en un espacio cada vez más lúgubre: las escaleras estaban sucias, las luces de los pasillos no funcionaban y se percibía un olor nauseabundo, que se intensificaba a medida que me acercaba al departamento del viejo. Toqué dos veces la puerta, y cuando el viejo pareció, mirándome sorprendido preguntó:

- ¿Qué quiere usted?

-Hablar sobre un problema que nos vincula, no solo a nosotros dos, sino también a todos los inquilinos.

- ¿A qué se refiere?

-Me refiero a los espantosos ruidos que se escuchan casi todas las noches, y que estoy seguro provienen de su departamento, ya que son aullidos de perros y el único que tiene mascotas en el edificio es usted.

-Lo que sucede dentro de mi departamento solo me compete a mí…y si no le gusta, está invitado a irse.

-Lo haré con gusto… pero no sin antes escribir una nota en el periódico para el que trabajo, ya que soy periodista, y de esto se va a enterar toda la ciudad, además avisaré también a la fiscalía, que de seguro iniciará una investigación por maltrato animal.

Al decir esto, la cara del viejo cambió, pasando del odio a la sorpresa, y luego a la confusión. Se quedó en silencio unos segundos y luego, resignado expresó:

-Está bien, algún día se iba a saber la verdad, si me acompaña a planta baja le contaré algo que ni en su imaginación más recóndita usted podría elucubrar.

Al llegar a planta baja, el viejo, bajando la voz y con acento misterioso comenzó a relatar:

-Yo vivía solo en mi departamento. Mi hija, al poco tiempo de separarse de su esposo, vino a vivir conmigo, trayendo a su hijo recién nacido y a esos demonios de perros. Al principio todo era normal, hasta que un buen día, mi hija comenzó a tener un extraño comportamiento: olvidaba cosas, nombres y personas, incluso una vez salió al balcón gritando que era una esclava del mal y que quería morir… aunque luego de esas escenas, digamos, un poco extrañas, ella regresaba a la normalidad sin recordar luego nada de lo sucedido.

Mientras el viejo relataba su historia, yo no podía discernir era una locura, o una vil estratagema para evitar el escándalo mediático.

El viejo continuó:

-Un día, luego de recuperarse de otro episodio de alteración, le exigí que me dijera qué era lo que realmente sucedía, y ella, llorando, me contó la verdad:  intentando que su exmarido volviese a su lado, había consultado a una persona, que le sugirió hacer un pacto con el maligno, para así lograr tener de nuevo con ella a su hombre. Este pacto salió mal, y ahora ella era poseída por espíritus de bajo astral…demonios. 

Carraspeando, el viejo siguió con su relato:

Sabiendo esto, y conociendo yo a una mujer muy avezada en el arte de la brujería, le consulté, y ella accedió a venir e intentar anular el embrujo. Cuando vino y realizó el trabajo, los espíritus que asediaban a mi hija por fin la dejaron tranquila. Creíamos que había concluido todo… mas no fue así.

Con voz temblorosa, el viejo me confió lo más terrible de la historia:

-Una noche comprobamos que los demonios no se habían ido… ellos continuaban entre nosotros, agazapados, expectantes, esperando el momento para volver…y regresaron una tarde, en que los perros enloquecieron, y en tropel se abalanzaron sobre la cunita de mi nieto destrozándolo vivo… fue tan rápido el accionar de los malditos perros que no nos dieron tiempo a nada.

El viejo, estallando en sollozos, agregó:

Al ver esto, mi hija con una terrible y pasmosa serenidad salió al balcón y se arrojó al vacío, reventando su cuerpo contra el asfalto.

Yo no salía de mi asombro. El viejo, calmando sus sollozos, concluyó:

-Tendría que haber matado ahí mismo a esos engendros del infierno, mas no pude… estaba en shock. Cuando reaccioné, tomé la decisión de mantenerlos con vida para hacerles pagar hasta el día de mi muerte, el terrible e irreparable daño que me causaron…por eso usted escucha esos ruidos… y así sucederá siempre… lo único que me mantiene vivo es el deseo de venganza.

-O sea que los perros estarían ahora poseídos por los demonios que invocó su hija...

-Exacto.

Luego de escuchar aquel increíble relato, me despedí del anciano y solo atiné a regresar en silencio hasta a mi departamento, salir al balcón y tratar de analizar el increíble, terrorífico e inverosímil relato que acababa de escuchar. No insistí más con el tema, pero a partir de ese día, comencé a buscar otro departamento para mudarme, ya que por las noches continuaron los aullidos de los perros y los insultos del viejo. En esos momentos la imagen del pequeño y su madre, venían a mi mente, sumiéndome en una completa angustia, al punto de recién poder conciliar el sueño con las primeras luces del nuevo día.

Sin embargo, una noche no se oyeron más aullidos, ni gritos, ni ningún otro ruido extraño. Cuando fui a hablar con el encargado, éste me comentó que desde hacía varios días no se escuchaba ningún sonido proveniente del departamento del viejo, y que tampoco lo había visto entrar o salir. Decidimos ir ambos hasta el departamento para intentar saber qué era lo que podía estar sucediendo. A medida que subíamos, detectamos un olor nauseabundo más fuerte que el habitual, que a cada momento se hacía más intenso, hasta que al llegar a la puerta del departamento se hizo insoportable.

Ante semejante cuadro y temiendo algo grave, comenzamos a empujar la puerta, y al lograr entrar, nos encontramos con un cuadro macabro:

En medio de la pequeña sala, con dos profundos cortes en sus muñecas se encontraba el cuerpo sin vida del viejo, y a su lado, los cuerpos semi-evorados de sus perros, y todo, sobre una gran mancha oscura de sangre. 

- ¡Dios mío, el viejo se comió a los perros y luego se suicidó! -, expresó horrorizado el encargado.

Impresionados, solo atinamos a cerrar la puerta y luego llamar a la policía.

 Demasiado horror.

 Abandoné mi departamento y decidí alojarme provisoriamente en la habitación de un hotel, donde ahora estoy cronicando esto.

Roberto Dario Salica
Roberto Dario Salica

Escritor de Córdoba, Argentina. A la fecha, ha publicado cinco libros, uno de cuentos para niños, poemas, relatos de la infancia y dos de relatos fantásticos. De estos últimos, el que lleva el nombre de La Luz Mala y otros cuentos sorprendentes fue elegido por la Biblioteca Pública de New York y la Universidad de Princeton de New Jersey para sus colecciones. Mientras que el libro Travesía fue elegido, por la Legislatura de Córdoba, para ser donado a todas las bibliotecas populares de Córdoba. Ambos libros integran, también, la colección de la Biblioteca Mayor de la Universidad Nacional de Córdoba. En la actualidad, se encuentra escribiendo su segunda novela de corte histórico.

suscribite a nuestra
newsletter